Migrantes latinoamericanos y pueblos indígenas en el Chile hoy: Reflexiones de un espejo en tensión

Chile es un país mestizo[1]. Esto implica que en él se han dado un “conjunto de fenómenos de adopción, transformación e influencias culturales en un sentido amplio, a la luz de los cuales es posible identificar y acompañar el surgimiento, en distintos contextos históricos, de ‘nuevos’ actores, identidades y subjetividades cuya dinámica histórica recién comenzamos a re-conocer”[2].

El proceso ha sido largo. Mucho antes de demarcadas nuestras fronteras en esta tierra han existido y coexistido, culturas ancestrales como Aymaras, Mapuches, Sek’nam, Rapanui[3] entre otras. Luego llegaron los españoles, posteriormente por ingleses, franceses y alemanes[4] y otras colectividades, en flujos migratorios particulares. Con cada “llegada” de “Otro” se pone en tensión la identidad cultural de quienes aquí viven, dando paso a complejos procesos de sincretismo que, en conjunto y con mayores o menores coerciones, han construido lo que se conoce como ‘lo chileno’, esa “identidad” que visualizamos en nuestras tradiciones, cuerpos y cotidianidad, y que nos da un sentido de aparente “homogeneidad cultural”.

Mirando nuestro presente, volvemos a estar frente al mismo escenario. La creciente inmigración latinoamericana y caribeña pone nuevamente en tensión y nos da la oportunidad de re-mirarnos, de ponernos frente a un espejo. Esta metáfora permite observarnos como cuerpo social, en sus matices y tensiones, y cuestionar las ideologías, valores dominantes y límites culturales que distinguen a “unos” y “otros”, “lo chileno” de “lo migrante” y de “lo indígena” u “originario”. El espejo permite señalar en quiénes nos reconocemos, nuestras fronteras, quienes están dentro/fuera, poniendo a prueba la capacidad de mirar nuestra historia –no contada- de mestizajes.

Cuando hacemos este reconocimiento, aparecen las incomodidades y las preguntas. Porque si bien somos en los hechos un país mestizo, distamos mucho de asumir este proceso, con sus complejidades, tensiones y exclusiones de ciertas identidades “Otras”. El/a inmigrante latinoamericano y caribeño actual nos remite a la pirámide de la estructura social/étnica de la colonia, con los mulatos y zambos en los escalones de base, y nos hace preguntarnos por la negritud y estos rasgos ‘olvidados’ o, más bien, silenciados de una época pasada[5]. Pareciera que a partir de mirarnos en este espejo, se transgredieran los relatos comunes sobre la “identidad chilena”, la llamada homogeneidad étnica o cultural, y la idea misma del Estado – Nación, constituido desde el período ‘civilizatorio’ de la Colonia y posteriormente la República en el camino del “desarrollo”.

En este mismo espejo mestizo también encontramos el reflejo, más antiguo aún y vigente, de “lo indígena”,  base cultural/étnica/ de la población chilena y de nuestros propios cuerpos. Este reflejo invisibilizado y silenciado, también resulta ‘incómodo’, pues retrotrae/actualiza a procesos de violencia, física y simbólica, que aún permanecen.

Pero estos reflejos no son silenciosos. Por siglos y décadas el indígena ha reclamado su lugar, y el inmigrante hoy exige no ser ignorado. En un contexto como este, preguntarse por el cómo se articula esta diversidad en términos sociales, ideológicos y discursivos hacia la constitución de ‘lo chileno’ no es menor. Aún más allá, reconociendo las particularidades de ‘lo migrante’ y ‘lo indígena’ como sujetos sociales, nos preguntamos el cómo estamos pensando la “diversidad” y si sus discursos confluyen en la misma dirección al momento de constituirse como actores políticos al interpelar el Estado-nación.

Estas preguntas nos invitan a reflexionar sobre sus especificidades culturales y las particularidades de sus constituciones como actores y movimientos; pero también a hacer el ejercicio de pensar y esbozar aspectos comunes en su “alteridad”, en la medida que comprendemos que tanto a la población migrante latinoamericana como a la indígena se les excluye y discrimina simbólica y materialmente, en diversos espacios sociales como la educación y en el mercado del trabajo. Esta alteridad esta cruzada además, por factores como el género y la clase social, lo cual da lugar a multiplicidad de experiencias y trayectorias.

Por un lado, a partir de entrevistas recientes a organizaciones migrantes -y chilenas promigrantes-, se observa en el discurso la demanda por el derecho a la integración, la inclusión, el derecho a la ciudadanía en la legislación. En principio, esto implica una nueva ley migratoria, ajustada a los instrumentos internacionales y los derechos humanos. Un espíritu totalmente opuesto a la concepción de la actual ley, creada en dictadura, basada en la defensa de la seguridad nacional, y por ende, restrictiva en términos jurídicos y administrativos en relación a las condiciones de entrada/salida/permanencia.

En un segundo punto, la demanda de las organizaciones migrantes es la integración a la vida nacional, a la participación, la toma de decisiones respecto a su situación. La migración latinoamericana y caribeña hoy es, en gran parte, una migración en la cual subyace cierto imaginario de Chile como país de ‘oportunidades’. En este contexto, entendemos que las demandas de estos actores no sólo vienen desde un lugar “productivo” que reconoce su contribución económica al sistema -pese a la fuertes condiciones de explotación laboral y discriminación que viven a diario, especialmente los y las migrantes en situación de irregularidad-; sino también desde un lugar “político” que busca el ser “sujetos” de derecho  para el Estado chileno.  Las violencias y exclusiones cotidianas, de hecho, sustentan la presión de visibilizarse dentro del marco de la legislación nacional y permitirles el acceso a vivienda, salud, educación, trabajo, previsión social, entre otros derechos básicos.

El discurso migrante así entendido, puede ser leído grosso modo en clave ‘moderna’, como un discurso de la ciudadanía. Permite entender la integración de los y las migrantes como sujetos de derecho en miras a la igualdad en aspectos económicos, sociales y políticos, bajo un discurso que cuestiona las reglas de la institucionalidad que posee el Estado-nación, especialmente sus límites democráticos, pero sin ‘salirse’ de él.

Por otro lado, se observa la existencia de movimiento y actores indígenas organizados en defensa de su identidad, con un discurso o gesto diferente, posicionándose de forma más crítica frente a las formalidades y contenidos que implica la “democracia” y el ‘desarrollo’ en el marco del modelo neoliberal occidental. En este actor, el discurso se orienta hacia la defensa y legitimación de su diferencia y especificidad cultural, y hacia la demanda y reafirmación de su territorio geográfico y simbólico – unido intrínsecamente a su historia, tradición y espiritualidad –, en respuesta a la explotación y depredación que implica el ‘desarrollo’ en los términos que impulsa el modelo chileno en la actualidad.

En este último caso, se esboza con más fuerza una demanda por el derecho a la diferencia, desmarcada de la asimilación u homogenización con la “identidad chilena”, que implica el orden bajo el Estado-nación chileno. Este discurso, que posee múltiples matices, tensiona la idea de “inclusión” o “integración”, incorporando en sus versiones más radicales, un elemento descolonizador que podemos leerla en clave de la noción de gobernanza, vale decir, de construcción de sentidos y reglas propias de autodeterminación/ autogobierno.

De este modo, tanto actores migrantes como indígenas ponen en cuestión,  cada uno desde su lugar específico y sus matices internos,  las reglas y límites que supone el Estado – Nación y toda su arquitectura institucional y administrativa, constituyendo identidades que paradojalmente se sitúan “dentro”  de nuestra historia y cuerpos mestizos, pero que ubicamos “fuera” de nuestra “identidad” de chilenos y en las fronteras de lo institucional.

La deuda así, sigue siendo entonces combatir la desigualdad, esta vez no sólo en el plano económico, sino en el plano simbólico y cultural, que no permite el legítimo reconocimiento del otro/a, como sujetos/as de y con derechos, en su igualdad y en su legítima diferencia cultural. A su vez, este ejercicio implica un paso previo, deconstruir la historia y el discurso de la “identidad chilena” homogénea y repensar nuestro espejo fracturado, sus tensiones y opacidades, y re-mirarnos como una sociedad mestiza en toda su diversidad, desde su “origen” y en su devenir.

Columna colectiva:  Daniela Vega C.- Macarena Castañeda L.- Claudio Millacura Salas

[1] Entendemos que es un concepto que debe buscar superar la concepción dicotómica de “resistencia” y “aculturación” que identifica/define el modo (tipo) de contacto entre grupos culturales distintos. En el escenario americano esta búsqueda se presenta como fundamental pues se hace cargo de una historia que a la fecha se caracteriza más por los espacios de silencio que de relatos. Así, conceptos monolíticos no tienen mucho sentido.

[2] De Jong, I. & Rodríguez, L. (2005). Introducción. Revista Memoria Americana, Buenos Aires, 13.

[3] Y otros pueblos ya desaparecidos como chonos y tehuelches, los cuales desaparecen fruto del proceso de mezcla.

[4] Cuya venida a Chile fue impulsada por el Estado Chileno para la colonización de la zona sur del país y en miras a una ‘mejora de la raza’.

[5] Es importante reconocer que el proceso de sincretismo antes mencionado incluye la población africana que llegó a Chile, cuya presencia e influencia ha sido sistemáticamente silenciada y negada.

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