Gabriel Huentemil Ortega, cultor: “El guitarrón chileno es un excelente resumen de lo que somos”

“Es un símbolo del pueblo, del campo, de la conexión con la tierra. De la simpleza y también de la complejidad. Creo que no es soberbio decir que por sí mismo es una cosmogonía resumida en 25 cuerdas y en todos los símbolos a los que alude. Es un instrumento puesto al servicio del equilibrio de alma y cuerpo, y que cobra sustancia al convivir y transitar entre lo divino y humano”.

Gabriel Huentemil Ortega cultiva el canto a lo poeta desde fines del año 2011, fecha en la que se integró al taller de guitarrón del maestro pircano Alfonso Rubio Morales. Allí ha aprendido la ejecución del instrumento, la improvisación y los protocolos de las antiguas ruedas de cantores de canto lo divino y humano.

En Octubre del año 2014 lanzó su primer trabajo de estudio, Canto a lo Profeta, disco dedicado al canto a lo divino donde rescata melodías poco frecuentes de oír y un repertorio exclusivo de versos por Antiguo Testamento. En la actualidad se sigue perfeccionando en este arte popular, incorporando nuevos versos y toquíos a su repertorio; componiendo también sus propias melodías. Además se ha adentrado en el oficio de cuenta cuentos para, a través de este arte, mostrar al público infantil las antiguas tradiciones campesinas y los instrumentos musicales típicos de nuestro país.

¿Qué es para ti el canto a lo poeta?

Antes que cualquier cosa creo que es una filosofía de vida. Debe haber ciertos hitos importantes por los que hay que pasar antes de que cobre verdadero sentido en todos los sentidos imaginables.

Puedes ser un buen cantor, ejecutar muy bien tu instrumento, saber muchos versos, saber muchas melodías; pero ello por sí solo no garantiza nada. Un buen cantor a lo poeta debe tener profundidad, conexión con su espíritu y con el mundo que le rodea.

En ese objetivo el primer paso es conseguir un buen maestro, ante todo tener un maestro. Conocer y aprender, meditar sobre el equilibrio de la naturaleza y sentir. El sentir es fundamental. Ir a la raíz de la forma más directa que se pueda, de forma humana, honesta y consecuente. Hay muchas cosas que se aprenden solo de las personas y escasamente se podrán deducir o desprender de un libro o de discos.

Eso a modo general. Ahora, en lo personal el canto a lo poeta es para mí un tesoro. Es una sabiduría ancestral que elige a quien formará parte de ella. No es algo accesible para todo el mundo. Resulta curioso empezar a indagar y ver cómo va tomando vida ese saber dentro de uno y que son cosas que la ciencia actual intenta investigar, sobre las que se hacen miles de teorías y se estudia cuando ya, quizá hace siglos, los antiguos tenían muy claras esas materias. Primero se te abren los talentos y luego la mente empieza a funcionar de otra manera.

En mi caso es una herramienta indispensable, no puedo concebir una vida sin el canto, sin decir, sin sentir, sin expresar. A veces incluso me resulta demasiado distante el pensar que en algún momento no conocía el canto a lo poeta, me cuesta recordar mi vida antes de incursionar en este campo. Creo que me ha transformado en un ser humano más íntegro.

¿Cómo puedes explicar la importancia del guitarrón?

Me parece que el guitarrón chileno es un excelente resumen de lo que somos, es una mezcla de distintas cosas, de los diferentes precursores que estaban en esta tierra antes de que se denominara Chile y de quienes llegaron tiempo después a ponerle nombre y a imponer reglas.

Es un símbolo del pueblo, del campo, de la conexión con la tierra. De la simpleza y también de la complejidad. Creo que no es soberbio decir que por sí mismo es una cosmogonía resumida en 25 cuerdas y en todos los símbolos a los que alude. Es un instrumento puesto al servicio del equilibrio de alma y cuerpo, y que cobra sustancia al convivir y transitar entre lo divino y humano.

Eso en lo profundo, aunque por más superficial que uno sea y sin tener noción ninguna de música o del arte del luthier -quien construye instrumentos- el solo hecho de verlo con su estampa imponente te hace dar cuenta de que es único. Y eso en todo ámbito, desde esas cuerdas tan curiosas que van desde fuera de su caja al puente, por las características sonoras, por cómo se ejecuta, por las formas expresivas en que se emplea, el número de cuerdas que tiene en total.

Es casi mágico, porque también lo rodean muchos misterios, ¿A quién se le ocurrió construir un instrumento así?, ¿Con qué fin?, ¿En qué lugar?, ¿Cuál fue la necesidad que quería satisfacer?, ¿Por qué tanta cuerda? Podría seguir enumerando puntos, pero creo que la idea ya se entiende.

Hay escasos vestigios en los que uno se puede apoyar para dilucidar eso y, aunque hay gente que ha inventado mucho al respecto, creo que es imposible responder a esas preguntas. Solo existen un par de puntos en los que se puede ser concluyente, por ahí por los años sesenta Juan Uribe Echavarría recorrió todo Chile en busca de guitarrones y de sus intérpretes y solo los encontró en Pirque.

Otra cosa es que es un instrumento de clases sociales que no ostentan de medios materiales para haber escrito una historia sobre él, hasta hace muy poco la mayoría de sus intérpretes venían de vertientes exclusivamente orales, de verdadera tradición, por el analfabetismo imperante, y por ello es casi seguro que no fue de interés de las clases altas. Si así hubiera sido habría muchos libros de época colonial en que se hablara de él.

En mi experiencia, muy personal, el guitarrón es el instrumento que me ha dado más alegrías. Mucha gente habla del rescate, cosa a la que me opongo de forma terminante. Decir que uno va a rescatar al guitarrón es como decir que vas a descubrir un nuevo continente. El guitarrón chileno fue prohibido, estuvo en riesgo de extinción, hubo períodos en que no existían más de un puñado de personas que lo conocían y ejecutaban bien. Pero sigue vivo, como guitarronero solo soy un eslabón más de una larga cadena. Mi misión no es rescatar, a lo más puedo decir que estoy contribuyendo con un granito de arena a difundirlo y respetarlo.

He pasado por más de una carrera universitaria, he conocido muchas ocupaciones y he tocado varios instrumentos. Sin duda el guitarrón tiene un carácter y una personalidad propia que va más allá de lo meramente musical. Más que yo rescatarlo, es el guitarrón chileno quien me rescató a mí, le dio sentido a mi vida y me ha entregado más de lo que cualquier persona viva ha dado por este servidor.

¿Qué mensaje intentas dar a la sociedad actual?

No sé si realmente intento dar un mensaje. Mi prioridad en este momento es aprender a establecer prioridades. Una de ellas es no perder de vista que antes que un cuerpo soy un espíritu, que tengo alma y que esta vida es un trampolín y una práctica para hacer cosas más importantes a futuro.

Si pudiera hablar de mensaje, creo que lo estaría esbozando solo de forma indirecta, claro, por eso de que es imposible no comunicar. A través de lo que uno proyecta en la medida que es un ser humano.

En ese sentido mi trabajo, mis oficios y lo que guía toda esta actividad es que así como esto alimenta mi espíritu espero ponerlo al alcance de personas que de otro modo no lo conocerían o lo conocerían de mala forma, demasiado superficial. Alimentar el espíritu propio y quizá el de mi prójimo.

Sin duda que me gustaría que todo el mundo supiera que existen esta y muchas otras tradiciones, no se trata de hacer que hordas de personas toquen guitarrón pues perdería el sentido y la magia que tiene, pero sí que lo conozcan. Antes de mirar hacia fuera hay que darse el trabajo de mirar hacia dentro, por lo demás, no podemos ser reconocidos en el extranjero por un par de futbolistas, un célebre dictador y la calidad de nuestro vino o el cobre. Tenemos mucho más que ofrecer, pero para hablar con propiedad y pararnos de igual ante cualquiera primero es nuestro deber saber quiénes somos.

En ese sentido asumí la responsabilidad de acercarme al mundo infantil, segmento en que el guitarrón y el canto a lo poeta no ha tenido gran relación. A un niño le explicas las características del instrumento, para qué y cómo se usa y no tendrás que explicárselo de nuevo. Si lo haces bien tendrás a alguien motivado por explorarlo, conocerlo bien y que comentará en su casa, en su curso, en su colegio y así se expande el asunto. Evitamos tener un adulto sin identidad y temeroso de ser quien es.

En los adultos es más difícil y más trabajoso lograr el mismo efecto. Un funesto gobierno que no mencionaré, pero que duró muchos años, hizo un trabajo de joyería eliminando a cuanta mente creativa de valía hubo, nos hizo creer que la paya, que el campo y todas sus manifestaciones eran cosas livianas y sin sentido, cosa que hasta la fecha pesa. Cada vez menos, pero pesa.

Los niños son distintos, quieren saber, quieren conocer y carecen de prejuicios. Por eso abordé el arte de cuenta cuentos que me ha dado muchas alegrías y es un hermoso desafío. Para contribuir a que esto sea conocido, por lo menos, sembrar la semilla de la curiosidad. Si tuviera que dar un mensaje, resumiendo, creo que todo este proyecto se dirige a no olvidar que ante todo somos seres humanos. Hay que alimentar el espíritu, dedicarle tiempo y recordar que somos una parte en un gran sistema que es la naturaleza. Hay que superarse día a día.

¿Qué significa Huentemil para ti? ¿Cuál es tu relación con tus raíces?

Huentemil, mi apellido, significa ante todo una responsabilidad. Quizá una deuda que no he saldado a la fecha. Soy algo así como un mapuche urbano, alguien que nació alejado de su medio natural y lo empieza a reconocer de a poco y gradualmente; cosa que tal le pasa a todo el mundo, pero en mi caso estoy en una obligación moral de hacer algo al respecto. Tratando de aprender la lengua, de conocer y hacer uso de un mundo que hasta no tanto me era ajeno. Me gustaría incorporar mucho del ideario mapuche en el canto a lo poeta, en el cuenta cuento, en la luthiería tal vez, en la Psicología.

Sin duda que el llevar este apellido tiene un significado especial y me ha hecho ver ciertas cosas de un modo que a otras personas les sería muy distante. El respeto por el otro, el querer el terruño y lo que nos entrega, el conectarse en mente y cuerpo con el alma más profunda. En fin, cosas que a todo mundo le suenan bonito, pero que la sociedad actual deja de lado en pos de una productividad mal entendida.

Mi relación con mis raíces es algo que poco a poco he ido descubriendo y que cada día crece, he tenido el privilegio de conocer a personas importantísimas. Últimamente me he cruzado en el camino de poetas mapuche que usan el español solo como una lengua más y que me han aportado mucho. Estoy en este momento digiriendo muchas cosas en ese sentido.

La vida también me ha llevado a intercambiar opiniones, conversar, entender y, en definitiva aprender, mucho sobre la cosmogonía mapuche. A la larga empieza a tomar forma la noción de que la energía divina es una y que recibe distintos nombres en lugares diferentes, pero sus características no difieren en demasía entre una cultura y otra. Llámale Dios, Yavhé, Ngenechén, Buda. Lo medular es que uno tiene una misión con respecto a si mismo y para con los demás. Hay que buscar la virtud, hay que estar conectado con la naturaleza y los demás humanos como parte de ella.

Eso diría que es lo que me hace reconectarme y querer ahondar más en mi origen. El mapuche tiene una conciencia mucho más elaborada sobre todos estos temas, están naturalmente en su pensamiento sin un esfuerzo desmesurado como el que requiere el resto del mundo, yo por ejemplo. De a poco me estoy conectando con mis raíces, es un proceso que debo cumplir y afortunadamente está tomando vuelo.

Ahora, siempre he sido, a través de ello, consciente de que uno debe saber de dónde viene, solo así sabrá a donde va. Ello se lo debo a mi origen, a mi apellido. Lo tuve presente cuando hice mi disco Canto a lo Profeta, que recorre la tradición más antigua del canto a lo divino. Lo tengo presente cuando me subo a un escenario, lo tengo presente cuando hago cuentos; que siempre son chilenos, campesinos y tradicionales.

¿Qué significó para ti el libro “Al pulso de la letra”?

Al pulso de la letra es un taller de poesía ideado por Lucas Costa y Cristian Foerster. Fue una gran experiencia, pero para ser más claro voy a ir hacia atrás en el tiempo y el espacio…

Siempre he tenido una buena relación con la escritura, desde que aprendí a escribir que hacía relatos, poemas muy burdos, canciones y cuanta cosa pudiera. Me encantaba tener esa noción de que con un lápiz y un papel podía construir mundos nuevos. Cuando empecé con el guitarrón chileno se me abrió una galaxia de posibilidades. Yo no podría decir que fue primero, si el canto, si el escribir versos octosílabos en décima, si improvisar, o poner los dedos en el instrumento; eso si, siempre tuve claro de estar sumergiéndome en la poesía popular. Poesía que tiene métricas y formas que deben ser respetadas a cabalidad. ¿Por qué? Porque son formas tradicionales de hacer tradición. Todo eso es lo que comúnmente recibe el rótulo de poesía popular.

Pero me empecé a dar cuenta que mi vocabulario era muy limitado, que a veces necesitaba inventar algo propio y ajeno a ese mundo. No se puede permanecer toda la vida haciendo exactamente lo mismo, comencé a leer mucha poesía. Y cuando uno entiende de verdad algo, es cuando se vienen las preguntas. De las preguntas a la curiosidad hay una distancia ínfima. Averigüé y di con los talleres que organiza la Universidad de Chile en verano y había uno de poesía: Al pulso de la letra. Me pareció interesante la descripción, postulé, quedé y participé muy motivado.

Ya habiendo contactado a Cristian y Lucas me enteré de que era una versión sintetizada de un taller que organizaban en Providencia. Postulé también y, afortunadamente, fui seleccionado de entre los muchos candidatos que se presentaron. Nos juntábamos una vez a la semana, primero a intercambiar ideas, hacer ejercicios para ir soltando la pluma y a intercambiar opiniones y lecturas. Se armó un grupo muy heterogéneo e interesante. Fue un crecimiento que agradezco mucho.

Luego se vino el trabajo más serio, cada uno de los participantes debía elaborar un pequeño proyecto de poesía, con cuerpo propio y una temática sólida. Fue la primera vez que hice algo así, si bien he sido miembro de varios talleres de poesía y de libros de antología, jamás había reunido un grupo de escritos tan amplio y mucho menos había revisado en esa medida.

Me permitió crear sin formato establecido, indagar en un área en la que no me había atrevido a entrar y además hice amigos muy valiosos en esa instancia. Valoro mucho el que un taller gratuito sea realizado con tanto profesionalismo, seriedad y entrega. Ojalá se replicara en otros lugares. Así, de a poco se fue dando forma a un libro. Su lanzamiento fue en el edificio Juventud de Providencia, donde nos reuníamos también…Fue un aventón para tomarme más en serio y empezar a crear, a moldear, a pensar en a futuro hacer algún libro propio.

 

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