Antonia Benavente, arqueóloga: “Hay un quiebre en las comunidades del norte que ni ellos ni nosotros hemos sido capaces de visualizar”
Con años de investigación en las comunidades de Alto Loa en Chile y Egipto, la académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, nos relata su experiencia y la cosmovisión de localidades indígenas frente a la muerte y otros ritos llenos de simbolismos.
¿Cuál ha sido su experiencia trabajando con comunidades indígenas? ¿Nos puede relatar su experiencia en los Talleres de Epistemología de la Cátedra Indígena?
Cuando existe interés por problemáticas que dicen relación con cultura, tradición e historia de un modo u otro estamos trabajando con comunidades indígenas, desde una perspectiva bibliográfica y documental. Esta información se concreta de un modo más vivencial, a partir de mis trabajos arqueológicos en el norte de Chile, específicamente en el interior de la Provincia de El Loa, en la región de Antofagasta. El hecho de trabajar largos períodos de tiempo en terreno conviviendo con las personas que forman parte de las comunidades, el hecho de “observarnos” mutuamente, me permitió ingresar y comprender su relación entre la vida y la muerte.
Lo anterior me hizo enfocar desde una perspectiva histórica más reciente mi interés por la arqueología. De hecho, esta forma de observar el mundo andino me llevó a trabajar más profundamente el tema de Antropología de la Muerte en la provincia El Loa. Por tanto, consideré que para poder tener una visión más completa de qué tipo de relación se establecía entre las poblaciones del norte y el modo de cómo éstas enfrentaban el tema de la muerte; era observando, registrando, describiendo y analizando dos espacios: las iglesias y los cementerios. Estos son fundamentales ya que dan cuenta no sólo del tipo de relación que existe entre la vida y la muerte, sino que también dan cuenta de la ritualidad que tras ésta se devela. Así hice un recorrido desde Antofagasta hasta Ollagüe para conocer éstos espacios. En ese recorrido ves que en la ciudad (Antofagasta) se instala el Arzobispado, institución que vela desde la llegada del español, por las iglesias y los cementerios de la provincia.
Nos pudimos dar cuenta que cerca de las ciudades, éstos “lugares sagrados” han sido planteados siguiendo las normas más citadinas. En cambio más al interior, tienes las zonas de San Pedro de Atacama y de Chiu-Chiu. En ambas zonas se observa y se puede interpretar la existencia de una relativa religiosidad de naturaleza sincrética, y donde su ritualidad es expresada tanto en cementerios como en las iglesias mirando la muerte desde su propia perspectiva. Por ejemplo, en varias comunidades, como pueden ser Río Grande o Machuca, en los cementerios el tema del dolor frente a la muerte de un individuo, se manifiesta con el quiebre de un cántaro de greda, dejándose fracturado en la tumba del difunto. Es el rito que manifiesta que con la muerte “se quiebra la vida”.
Producto de los trabajos y publicaciones acerca del tema fue que se me invitó a participar de los Talleres de Epistemologías, tratando de dar mi experiencia de lo que para mí era la concepción de la muerte dentro de las comunidades atacameñas. Hubo una buena participación con ese tema y obviamente que el discutir el tema con líderes de otras comunidades, terminó siendo un trabajo provechoso, una muy buena experiencia.
¿Cuáles aspectos destaca de la cosmovisión sincrética que tienen los Lickan Antay (atacameños) en comparación con otros pueblos indígenas? ¿Sus rituales son comparables con otras culturas?
Desde esta perspectiva, es un tema transversal que corta y trasciende a todos los pueblos en general; quizás la distinción es que cada comunidad manifiesta un modo y una forma particular de simbolizar el rito de la muerte. No podemos negar, ya que las evidencias lo demuestran, que existe una forma particular de tratar y manifestar el fenómeno; donde siempre están presentes en el ritual mortuorio, las tradiciones de la comunidad y su relación con “la iglesia, el cementerio”, integrándose esta tríada de elementos en una mixtura sincrética, que le otorga un sello propio a cada una de las comunidades del norte. Elementos que además, son simplemente observables en todas las comunidades, donde la iglesia está arriba en el pueblo y abajo y lejano el cementerio. Hay un corte intencional entre la vida y la muerte, que corta con lo cristiano que señala que “a los muertos se les entierra atrás de las iglesias”.
Sin embargo, estos espacios igualmente son “sagrados”, por ejemplo, para poder ingresar a la Iglesia de Machuca, la comunidad se reunió y me preguntó qué quería hacer. Les expliqué que no iba a tocar ni interrumpir nada y que sólo quería observar y registrar el interior del lugar. Al fijarse en la disposición de la iglesia, fue importante observar el tipo de iconografía y su disposición. Un elemento que inmediatamente llamó mi atención fueron las vestimentas de las figuras, todas se incluían bajo una estética andina, lo que indicaba desde ya, que todo el contexto estaría ligado a un fuerte sincretismo, que se manifestaría posteriormente a lo largo de todas las comunidades que incluía en mi investigación. Otro elemento singular fue observar que la mayor parte de las iglesias de Alto Loa, tienen pintadas sus puertas de color celeste con estrellas blancas. Es como si el mundo se dividiera, arriba y abajo. Son evidencias de materialidades que las traduzco de forma simbólica. Es un ámbito privado que muchas personas no hablan, pero se nota en las iglesias, con el adobe típico de la zona, las amarras de cuero, las pajas, etc. Esto no deja de ser interesante, aunque no todos son católicos respetan y mantienen sus iglesias.
Cuando te trasladas al cementerio, también existe un patrón común definido por un muro perimetral cuadrangular con un pórtico de entrada. Eso lo ves en todos los cementerios. En medio de la llanura se delimita la muerte. Hay mucho entierro en tierra a diferencia de San Pedro de Atacama que con la “occidentalización del pueblo”, ha perdido esa costumbre y ahora las tumbas se cubren con porcelanato y baldosas. Cosa poco vista en otras comunidades. Temas recurrentes, son los cruces de madera y la floristería de papel, aspectos comunes a causa de la sequedad de la zona norte. Y también encontramos las botellas quebradas, ritualización que habla del quiebre de la vida y la muerte; en este caso son botellas de cerveza, de pisco, de vino; simulando a los cántaros de greda.
Me ha tocado presenciar el ritual funerario en distintas partes, de Chiu-Chiu, Guatemala o también en Egipto y en todos estos sitios cuyas tradiciones pueden ser tan disímiles unas de otras; se observa que la muerte conlleva aparejado el dolor. Lo particular es que en cada sitio se replica el tema de la vida y la muerte. Donde las mujeres participan vestidas de negro y en otros su participación solo conlleva sollozos; en algunos lugares hay grandes mausoleos y en otros el entierro del difunto es la tierra. Cuando un investigador trabaja con éstos temas se da cuenta, que no importa el lugar, el tiempo o la parafernalia que se usa: en todas las comunidades la muerte provoca el mismo efecto, existe dolor, sentimiento y es un tema muy difícil de racionalizar.
¿Cuál es su opinión respecto al cuidado que se tiene sobre el patrimonio tangible en el norte grande? ¿Cuáles son los desafíos de los arqueólogos con dicho patrimonio, considerando las particularidades del norte? ¿Cuáles son sus sugerencias respecto a lo que sucede actualmente con el Museo Gustavo Le Peige en San Pedro de Atacama?
El tema del patrimonio en Chile no es una prioridad. Solo en Santiago, nos enteramos un poco más, porque somos espectadores de diversos monumentos que están allí. Sin embargo, a pesar de que estos monumentos son visibles, no los vemos como tales; se rayan, se quiebran, se roban o se destruyen; no existe la noción de respeto por el patrimonio, no hay una cultura de patrimonio. Nos damos cuenta y se “llenan de valor”, cuando se los roban o los dañan. Son valores patrimoniales de tipo momentáneos o eventuales.
Estamos invadidos por estudios de impacto ambiental. No estoy en contra de la tecnología, pero lo mínimo es mantener ciertos estándares. Por ejemplo, existen “rumores” que hablan de que cuando hay excavaciones, si se encuentran estructuras de tipo colonial, republicanas o históricas actuales, éstas son tapadas. En otros lugares, esto no ocurre, se les otorga el rango de “puesta en valor” permitiendo que la gente pase y pueda observar esos vestigios.
Quizás por desconocimiento, por falta de educación, o de interés, la gente suele relacionar el concepto cultura con la pintura, la música, con las artes clásicas; cuando la cultura es todo lo que ha hecho y seguirá haciendo la especie humana. Hay “una elite” que no guía bien, aunque también puede ser un tema de falta de recursos. Sin ir más lejos, actualmente, la iglesia de Chiu-Chiu es la primera iglesia que hace Pedro de Valdivia en el norte y no cuenta con un mínimo criterio de conservación. Actualmente se encuentra gente viviendo en los recintos del poblado fortificado de Chiu-Chiu, asentamiento arqueológico patrimonial importante de la Provincia de El Loa.
¿Siente que hay una falta de conocimiento de patrimonio, una identidad desconocida? Pareciera que hay mucho que hacer en el Alto Loa, ¿eso obedece a las comunidades, a las políticas públicas?
Recuerdo haber viajado por primera vez al norte y varias de las comunidades que me tocó visitar, estaban divididas por un tema de apellidos, éstos se segregaban acorde a la españolización de sus nombres. También existió o quizás actualmente también se mantiene, es un tipo de segregación acorde a tu pueblo de procedencia, a sus tradiciones y como estas ritualizan sus festividades; como por ejemplo, se hacía una distinción en quiénes enfloraban o no el ganado. Aquellos que enfloraban el ganado, no eran originarios de la Provincia del Loa, sino que venían de “más al norte” y por tanto no eran de “ahí”, eran los “otros”. Otros que incluso fueron espacialmente marginados a los bordes del río Loa.
Probablemente, y espero que así sea, es que debiese existir una unión en las comunidades, en torno al cuidado de los sitios patrimoniales, a los sitios “sagrados”, a las zonas de cultivo, al escaso “recurso agua”. Desde esta perspectiva, pienso que hay un quiebre en las comunidades que ni nosotros hemos sido capaces de visualizar. Tiene que haber un trabajo en conjunto de las comunidades con quienes tengan mayor experiencia en ciertos temas, como podría ser la agricultura. En este momento solo se visualiza el conflicto en la Araucanía y todo lo del norte no se ve, puede explotar un volcán y nadie se entera. Hay muchos problemas invisibilizados. Quizás algunos antropólogos piensen distinto, pero no hay una concepción de ser indígena en nuestro territorio, no hay conciencia sobre nuestros orígenes y menos aún con respecto a lo que es nuestro patrimonio.
Un ejemplo, podría ser el tema de la industria minera, su influencia en las comunidades no ha sido menor y que sigue teniendo consecuencias hasta el día de hoy, por las aguas y los restos de desechos minerales propios del norte. Hay restos arqueológicos que evidencian graves patologías provocadas por las aguas y los minerales que trae y arrastra naturalmente el río. Es un tema de salud que no está visibilizado, donde también se ven afectados los animales y hortalizas que comemos; antes se observaba a las comunidades con sus animales en las zonas de pastos, que hoy ya no se ven. No estoy señalando que hay que congelar a las comunidades en el tiempo, sino que debe darse una integración sana y que sea mutuamente positiva; todos deben tener la oportunidad de manejar su sistema acorde a los tiempos, a las tecnologías. Pero acá hay una invasión de los otros, sobre las comunidades, con niveles de droga y alcoholismo nunca antes visto. Son temas que no están visibilizados ni siquiera a nivel de encuestas; pienso que quizás el tema no interesa y que mencionarlo es apuntar y crear un problema.
¿Por qué es necesaria la intervención de terceros?
La lengua, la cultura y el territorio son temas delicados. Hay que empezar, quizás, por preservar la cultura desde la materialidad, la forma de vivir, la forma de juntarse, la educación. En las escuelas debiesen de existir programas de interculturalidad. Como son escuelas básicas con pocos niños, eso vuelve más fácil la enseñanza. Hay que darles una formación basada en estos temas, porque ya cuando sean adultos, no les interesará. Para mí la educación básica es primordial, más que la universitaria, no estoy señalando que ésta no sea importante, sino que se debe partir de la base, desde ahí se puede hacer un aporte. En estas áreas se debe fortalecer la gratuidad e incentivar a los niños con lo suyo, dándole una buena cabida para el futuro, no limitándolo desde un comienzo.
Más al norte, en Arica hay comunidades de afrodescendientes, de los cuales tampoco se conoce mucho; en Iquique comunidades Chinas dejaron sus pulmones recolectando guano para exportar. ¿Dónde está el legado de esas sujetos? Se tapan, son temas que están ocultos, que nos hablan de lo bajo que podemos llegar como sociedad, ocultando al otro, al diferente y al contrario donde hay mucha historia que rescatar. La academia debiese de divulgar estos conocimientos con lenguajes más simples y darlo a conocer. Hay un cambio en nuestro sistema educacional pendiente; donde parece que interesa más la forma y no el fondo. Yo voy por el contenido, que es lo que importa y que éste sea de calidad.
Quizás para algunos el tema de la muerte y de lo sagrado no es importante, yo pienso que si son importantes, ya que estos temas, son los que entregan y nos dicen lo particular que somos como individuos y por tanto en el contexto de éstas particularidades, es que podemos conocer a las comunidades y no verlos como “los otros”.
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Jueves 3 de agosto de 2017
Texto: Andrea Ibacache Corante
Fotos: gentileza Antonia Benavente
Prensa Cátedra Indígena – Universidad de Chile