Isabel Aguilera, socióloga: “Para que exista soberanía alimentaria el uso que las comunidades hacen del territorio debe ajustarse a su deseo y no a la imposición externa”
Licenciada en Sociología por la Universidad de Chile (2005) y doctora en Antropología Social y Cultural por la Universidad de Barcelona (2012) Académica del Departamento de Antropología de la Universidad de Tarapacá.
¿Cuál es el escenario del patrimonio alimentario en Chile? ¿Existe una valoración o corresponde a un tema incipiente?
Depende de dónde se observe. Si analizamos las políticas y el discurso estatal la valoración es evidente. El Ministerio de Cultura, el de agricultura, a través del Fondo de Innovación Agraria, FIA, y CORFO han trabajado intensamente en el fomento a la producción de alimentos patrimoniales o patrimonializables y en promover la discusión local y nacional sobre los usos y posibilidades del patrimonio alimentario. Seguramente hay otras instancias estatales que también están trabajando en torno al patrimonio, pero esas son las que yo he tenido oportunidad de pesquisar. Luego, si se observan organizaciones de la sociedad civil como Les Toques Blanches, Pebre, Slow Food, ANAMURI también se aprecia una valoración bastante asentada. En ambos casos se trata de una valoración del patrimonio tanto en términos políticos como económicos, o sea el patrimonio como oportunidad de negocio y el patrimonio como algo parecido a una herramienta para la convivencia. Ahora, si se observan prácticas individuales o grupales de valoración ya la cosa se complica más. Aunque no he estudiado la manera en que las comunidades y los sujetos se relacionan con el patrimonio, propio o ajeno, mi intuición es que veríamos una valoración incipiente de aquello sancionado publica y nacionalmente como patrimonio alimentario, y una valoración fuerte de aquello que ellos mismos consideran su patrimonio lo llamen o no de ese modo.
La alimentación se relaciona preliminarmente con la nutrición, pero también con el consumo, donde incide el capitalismo. ¿Cómo vemos reflejada esta relación de consumo desde los estándares estéticos que exige la sociedad sobre la corporalidad?
Yo no soy especialista en esta faceta de los estudios sobre alimentación. Sería mucho más pertinente que esta pregunta la contestara Carolina Franch o Claudia Giacoman, pero a partir de lo que he leído y lo que veo en los periódicos la pregunta que me ronda es más bien ¿cómo se articula el mandato nutricional con el mandato estético? Y, todavía más importante ¿de qué hablamos cuando hablamos de estándares estéticos? Hace muy pocos días leí un reportaje en La Tercera que se llamaba La rebelión de los gordos, casi día por medio encuentro notas de periodismo de espectáculo referidas a “modelos XL” al lado de otras sobre cómo una mujer gorda perdió no sé cuantos kilos comiendo sano. Pero también recuerdo una pequeña polémica sobre la delgadez de una actriz que tuvo que salir a decir que se sentía sana y bien. O sea ambos mandatos parecen haber colapsado o, quizá, la esfera de la belleza fue colonizada por la de la salud. Pareciera como si lo sano fuera bello y qué es lo sano en alimentación o qué es comer sano es una pregunta abierta desde un punto de vista antropológico y lo seguirá siendo.
¿Cómo se refleja el racismo y la xenofobia, entre otros conceptos, en el mundo alimentario?
La relación entre alimentación, racismo y xenofobia es un campo bien documentado y trabajado conceptualmente. La xenofobia alimentaria como una manifestación específica de la xenofobia o aquello que se conoce como commodity racism son quizá las cuestiones más estudiadas en ese campo. Ambas cuestiones se refieren a situaciones de este tipo: burlarse de los otros por lo que comen o decir que son bárbaros, que no saben cocinar o, pero aún, que no tienen una cocina, o sea la comida como mecanismo de estereotipación; no querer comer o sentir asco o miedo a comer cuando asociamos determinadas a preparaciones a grupos que no son nuestro grupo de pertenencia pero los conocemos; utilizar imágenes y discursos racializados para vender alimentos, etc. Pero hay todavía una aproximación más que quiero mencionar, la del exotismo alimentario que viene a ser algo parecido a un racismo positivo, es una especie de oximoron, pero es eso. Leía hace poco un artículo sobre un programa de televisión en Canadá. El programa era así: un cocinero/a profesional y destacado iba al rescate de un restaurante en peligro de ruina. Es un formato súper común y en Chile también se hizo pero no recuerdo el nombre. Bueno, cuando los cocineros/as iban a rescatar restaurantes “étnicos”, que en el caso canadiense quiere decir restaurantes cuyos dueños sean migrantes y ofrezcan comidas vinculadas a otros estados nacionales, les insitían en mostrar su diferencia, en que la forma de sacar adelante el restaurante era etnicizandolo porque, desde su perspectiva, los clientes buscaban sentirse en México, India, Perú cuando iban a comer. Eso es exotismo alimentario y es racismo.
Desde las ciencias sociales, se comprende a la alimentación como construcción identitaria individual y comunitaria ¿Podría estar en peligro como las lenguas indígenas? ¿Es un patrimonio que necesita ser resguardado?
No necesariamente, como le comentaba antes mi intuición es que las comunidades valoran y cuidan lo que les parece importante desde el punto de vista de sus identidades, pero también de sus posibilidades económicas. Qué merece o no ser resguardado no es necesariamente una cuestión que debemos resolver los técnicos, los científicos y los políticos, aunque se haga. Evidentemente los estados deciden resguardar objetos, prácticas, paisajes, monumentos, o sea todo lo que llamamos patrimonio, pero el resguardo no siempre tiene que ver con el peligro de extinción o la caída en desuso, y no siempre se resguarda como una manera de “cuidar” una identidad. Un ejemplo de otro contexto. Una antropóloga italiana, Fabiola Mancinelli, hizo una investigación en torno a la patrimonialización en territorio Zafimaniri en Madagascar. Se determinó que serían protegidas dos cosas: un bosque y una determinada práctica de tallado en madera. Tanto el uso del bosque como el tallado en madera de ventanas y puertas de las casas son aspectos que los Zafimaniri consideran relevantes en términos identitarios y para ejecutar el tallado y hacer casas se necesita cortar árboles. La protección de la UNESCO supuso, por lo tanto, una paradoja. Protegemos, no se puede talar por lo tanto no se puede tallar. Lo que intento decir es que la relación entre el resguardo y la valoración de la diversidad humana es compleja y no causal.
¿Qué sucede con los alimentos clásicos que hoy son considerados como gourmet, como es el caso de la quinoa? ¿Se puede pensar que los alimentos deben ser rescatados por sus comunidades?
Primero habría que conocer la relación entre X comunidades y la quinoa. Hay comunidades que producen quinoa, por ejemplo en la Araucanía, y tienen con ella una relación eminentemente económica. Otras pueden tener una relación marcada por la tradición, otras por el gusto, o sea que lo primero es conocer qué significa determinado alimento para determinada comunidad. Como decía antes no veo porqué dudar de las comunidades. Los sujetos pueden proteger aquello que valoran sin necesidad que alguien les diga qué tienen que hacer. Ahora, una cosa son los rescates y la protección y otra, la comercialización y la ganancia. Sé que en el contexto nacional van muy unidas, pero analiticamente son cuestiones diferentes. Entonces una pregunta es quién debe rescatar y otra es quién debería sacar provecho de la gourmetización de aquello que producen. Esta es una cuestión de economía nomás, de extracción de plusvalía. Vamos a suponer que una comunidad X por la razón que sea produce quinoa pero no la comercializa en clave gourmet, porque se requieren envasados, etiquetados, resoluciones, acceso a un mercado específico, etc., y la vende a 5 pesos a una empresa que luego la comercializa a 10. A veces esas empresas intermediarias son subvensionadas por el estado y todo se fragua bajo el paraguas del desarrollo local y con identidad. En esos casos la gourmetización solo sirve para reproducir desigualdades.
Desde la mirada de la cosmovisión indígena ¿se pueden recuperar territorios en vías de reivindicación desde la alimentación?
Yo no sé mirar desde la cosmovisión indígena y no creo poder contestar muy bien la pregunta, pero lo que puedo comentar es que la soberanía alimentaria es un derecho de los pueblos y que alimentación y territorio han sido historicamente dos cuestiones unidas pero que se separan cada vez más. Las posibilidades de alimentarse según los propios criterios y en concordancia con las posibilidades de un territorio son cada día menores. Eso tiene que ver con cuestiones económicas otra vez: la orientación hacia el monocultivo, las formas de subsidiar o no la agricultura, las formas de propiedad de la tierra y, atención!, de las semillas, las cadenas de distribución, etc., son podríamos decir cuestiones de carácter nacional y supranacional que impactan en las posibilidades de soberanía y autonomía de las comunidades locales. Pero quiero hacer notar el hecho de que si una comunidad específica consigue, como usted dice, “recuperar territorios” eso no implica que todo esto que acabo de mencionar cambie. Inversamente la soberanía alimentaria de los pueblos tampoco asegura autonomía territorial. Evidentemente para que exista soberanía alimentaria el uso que las comunidades hacen del territorio debe ajustarse a su deseo y no a la imposición externa. La alimentación en un sentido amplio, es decir todo aquello que va desde la producción de alimentos hasta el lavado de platos después de comer, es una arena política, de eso no cabe duda. Qué tipos de luchas se vinculan con esa arena y cómo la lucha vinculada al ámbito de la alimentación puede impactar en otras luchas no son preguntas sencillas y, al menos, desde mi entendimiento del quehacer antropológico para contestarlas es necesario observar cómo los actores políticos hacen o no esos vínculos, qué sentido tiene para ellos la alimentación, si representa un espacio político, etc.
Entrevista: Prensa Cátedra Indígena
Fotografía: Isabel Aguilera