
Carolina Huenchullán Arrué y la confluencia de las tres “M”: Mujer, Madre y Mapuche
Carolina Huenchullán Arrué, es la primera mujer indígena en obtener el grado de Doctora en Historia con mención en etnohistoria en los 172 años de la Universidad de Chile. “A las mujeres, en general y a las que desempeñan distintos roles como madres, trabajadoras, jefas de hogar, les resulta mucho más difícil acceder a programas de postgrado y dedicarse a la política, la investigación y cumplir los requisitos que se exigen para este tipo de programas”, comenta la también trabajadora social.
Su tesis doctoral se denomina: “Deconstrucción nacionalista del otro y la representación de la nación mapuche (Gulumapu) en Chile durante la segunda mitad del siglo XIX”. Carolina, madre de dos niños, nos cuenta en esta entrevista cual fue su motivación para cursar el doctorado y cómo influyó su conciencia étnica marcada en todo el proceso.
¿Cuál fue su motivación para cursar el doctorado?
Mi motivación se empezó a gestar mucho antes de ingresar al programa. A comienzos del año 2000, tuve la oportunidad de participar del V Congreso Latinoamericano de Educación Intercultural Bilingüe que fue realizado en Lima y escuchar las reflexiones del filósofo canadiense Will Kymlicka respecto de “Estados Multiculturales y ciudadanos interculturales”. En esa oportunidad, desarrolló una interesante concepción sobre ciudadanía multiétnica e intercultural que me aproximó a una veta del conocimiento que colocaba de manera prospectiva el lugar de la cultura y la política.
Luego, en el año 2003, con mi hija Constanza Rayén recién nacida y habiendo terminado recién mi magíster en estudios sociales y políticos latinoamericanos, se incrementó esa inquietud por el conocimiento, pero ya no como habían sido mis experiencias formativas anteriores, sino como sujeto – persona consciente de ser parte de una historicidad y de un contexto en el que tienen lugar continuidades y transformaciones sociales y políticas significativas. Se gestó en consecuencia, la idea de intentar entender de la manera más comprehensiva posible el devenir de los pueblos indígenas latinoamericanos. Pero para lograr ese nivel de entendimiento me faltaba algo: conocer de la manera más genuina posible la historia de los pueblos indígenas que habitan en Chile. Lamentablemente no abundan, más bien lo contrario, son casi inexistentes en Chile los programas de postgrado que ofrecen la posibilidad de comprender y profundizar los temas indígenas e interculturales, y la Universidad de Chile que se declara y obedece a una tradición de pensamiento más amplia y deliberativa, fue el lugar apropiado para involucrarse en este desafío.
¿Existe alguna motivación “extra” como mujer y como indígena para cursar el doctorado?
De todas maneras, la confluencia de las identidades de las tres “m” respecto de la cual mujeres indígenas hablan o escriben (mujer, mapuche, madre) y una conciencia étnica marcada, influyeron significativamente en la elección del doctorado. Pronto mis hijos Constanza y Dante entrarían a su etapa escolar y sabía que se expondrían a representaciones muy sesgadas de los mapuche, es decir, se enfrentarían a esos “topos”, fantasmas y lugares comunes de la historia: los mapuches son flojos, borrachos y terroristas. De allí que como mujer indígena sentí que debía incursionar en aquellos aspectos políticos e históricos que acontecieron en los periodos anteriores y que dieron origen a la exclusión de los pueblos indígenas, especialmente de los mapuche.
A estas alturas tenía la convicción de que los hechos y la narrativa -o la manera de escribir la historia– en la que se ampara la historiografía tradicional y los historiadores decimonónicos, me parecía tergiversada y poco rigurosa. Un relato patrio provisto siempre de la misma letanía: héroes y símbolos que figuran en los textos escolares, en los escritos y en los discursos de la clase política, en las estatuas de las plazas ciudadanas y en los medios de comunicación que lamentablemente aún pretenden “formar una identidad nacional” altamente instrumental y excluyente. Este relato entraba en contradicción con mi propia conciencia o identidad étnica, ya que me provocaba o circunscribía a una constante sensación de fuera de lugar (outsider).
Este concepto al que estoy aludiendo, es decir, outsider ha sido profusamente trabajado por un profesor palestino de origen y con ciudadanía estadounidense, Edward Said. Concretamente en mi caso, se vinculaba a sentir y al hecho concreto de no tener un lugar en esa historia, y si bien no podía influir en los hechos del pasado, sí lo podía hacer en la historia reciente. Sin ir más lejos paso a dar un ejemplo: la misión que declara la Universidad de Chile “Es responsabilidad de la Universidad contribuir con el desarrollo del patrimonio cultural y la identidad nacionales y con el perfeccionamiento del sistema educacional del país.” La mayoría de las instituciones más vanguardistas de este país, siguen pensando que poseemos una sola cultura común compartida que nos hace y une como ciudadanos y ciudadanas, y que es necesario fomentar una única identidad nacional. Respecto de esto ¿Por qué no pensar que en las ciudades latinoamericanas, existen personas, grupos, mujeres, hombres, niñas y niños que poseen distintas identidades que pueden confluir, convivir, y que pueden dar origen a ciudadanías diferenciadas e interculturales y que ellas no disminuyen su compromiso con un Estado que, en pleno siglo XXI, puede ser replanteado como un Estado Plural? Como dice el filósofo mexicano Luis Villoro, “en vez de subordinar la multiplicidad de culturas a una sola manifestación de la razón, comprender la razón como resultado de una pluralidad inagotable de culturas”.
¿Por qué cree usted que siendo ya el año 2014, usted es la primera mujer indígena en titularse en este doctorado?
La investigación y la escritura de la historia ha estado habitualmente influida o conceptuada como el papel que desempeñan los hombres. Recordemos por ejemplo, que desde la constitución de las repúblicas han sido los hombres los que han estado decidiendo la política y ellos han instrumentalizado academias y agencias de producción de conocimiento como mecanismos nacionalistas de chilenización. Por otro lado, históricamente las mujeres han estado subordinadas a roles domésticos para desempeñarse en distintas labores que limitaban su acceso al conocimiento. Si bien actualmente ha mejorado significativamente el acceso a la educación, todavía las mujeres (sobre todo si son indígenas) tienen enormes dificultades de acceso a programas de postgrado.
En este contexto, mi caso es privilegiado, pues no me cabe ninguna duda de que hay muchas mujeres indígenas y mapuche que podrían haber llegado a doctorarse mucho antes en el programa de historia de la Universidad de Chile. Pero que mi caso sea privilegiado no significa que haya sido fácil, pues tuve que mantener un trabajo de 44 horas, estudié sin beca lo que implicó cancelar sin regalías el programa y todo esto sin descuidar las labores de crianza de mis dos hijos. Tampoco me resultó fácil concluir, pues algunos temas son considerados como “revisionistas”, y, en comparación a otros países de América Latina, incursionar en Chile en una deconstrucción del nacionalismo chileno genera controversias por las cuales no existen muchos(as) docentes dispuestos(as) a modificar sus paradigmas. Nos hemos acostumbrado a una particular manera de ver y entender la historia y, asimismo, a definir la misión de la Universidad Chilena. Sin embargo, debo señalar el apoyo indiscutible de mi profesor guía Gabriel Salazar, que no me traspasó “su escuela”, sino que me dio amplia libertad para acompañar ese camino a “contracorriente”.
¿La universidad, en general, como sistema educativo, discrimina a las mujeres para que puedan seguir capacitándose? ¿Y a las mujeres indígenas, la universidad las discrimina o limita para que puedan seguir capacitándose?
A las mujeres, en general y a las que desempeñan distintos roles como madres, trabajadoras, jefas de hogar, les resulta mucho más difícil acceder a programas de postgrado y dedicarse a la política, la investigación y cumplir los requisitos que se exigen para este tipo de programas. No puedo afirmar abiertamente de que se las discriminan en el caso de que sean indígenas, pero sí que no hay oportunidades reales, pues todo esto lo regula el mercado y, como todo funciona a su ritmo, si no tienes redes ni un alto nivel de ingresos difícilmente puedes jugar y sortear estas reglas. Dicho de otra manera, la brecha es amplia e importante, pues todavía la universidad piensa en una sociedad homogénea, tiene poca conciencia de que es multiétnica y no visualiza las ventajas de las mujeres en ámbitos de conocimiento. Y si tú me preguntas ¿Cuáles son las ventajas de mejorar las condiciones de acceso al conocimiento de mujeres indígenas o su ingreso a puestos de relevancia y de poder? Se me viene una a la mente, los principios indígenas de la dualidad y la reciprocidad en un nivel de mutua equivalencia y complementariedad, en donde la existencia de uno depende de la existencia del otro, y ambos están provistos de derechos y responsabilidades hacia el conjunto.
Creo que es indiscutible que las culturas indígenas tienen una relación de mayor complementariedad y reciprocidad con el medio en el que viven, y son poseedores de una conciencia de sustentabilidad que urge instalar en este país. En el plano de la historia reciente y en el ámbito de lo político ¿No parece del todo razonable, detenerse a pensar que hoy la democracia como sistema político resiente amenazas importantes de gobernanza, pues este sistema está amparado en un neoliberalismo que no beneficia a la gran masa de ciudadanos y ciudadanas que viven en este país?¿Acaso, no tenemos que reflexionar mujeres y hombres en torno al sistema político que queremos, toda vez que no se visualizan las ventajas o los efectos de elegir representantes, que siguen preservando un orden, un orden social que fue pensado hace varios años atrás y que es altamente excluyente?¿Quizás seguimos colonizados por el centralismo y una élite política poco dispuesta a reconocer las sociedades indígenas y sus derechos colectivos que demandan en el siglo XXI nociones de ciudadanías diferenciadas e interculturales que benefician a la sociedad en su conjunto? El peso de la noche, sigue instalado como dogma y práctica en distintos lugares y espacios tales como las universidades, las instituciones del Estado y del mercado, por lo tanto, ciudadanas y ciudadanos estamos llamados desde esos y otros espacios, a construir y darle legitimidad a ese orden, para erigir soberanamente -parafraseando a Gabriel Salazar- nuestro poder constituyente, un ideario y arquetipo de Estado, desde las distintas memorias ciudadanas y desde las sociedades y naciones indígenas, en las que cobra relevancia la producción de las mujeres y los hombres desde las disciplinas de la nueva historia y desde la etnohistoria.
Por Paula Huenchumil Jerez.